Comentario
El 27 de noviembre, Frank Knox, secretario norteamericano de Estado para la Marina, cursaba el siguiente texto a sus subordinados: "Este telegrama debe considerarse como un aviso de guerra. Las negociaciones con el Japón para estabilizar la situación en el Pacifico han cesado; hay que prepararse a una agresión japonesa en los próximos dias".
Ese crucial 27 de noviembre Washington envía mensajes a Hawai, advirtiendo más concretamente sobre la posibilidad de un ataque japonés contra diversos puntos, pero nada se dice sobre las islas, a las que se advierte, sin embargo, de la posibilidad de sabotaje. Sus jefes -contraalmirantes Kimmel y mayor-general Short- tampoco hicieron nada de especial ante la recepción de diversos mensajes captados a los japoneses antes del fatídico día 7, al no mencionarse Pearl Harbor...
Tal era la confianza respecto a la base de las Hawai en Washington. Al serles comunicado el golpe japonés del 7 de diciembre, creyeron que se trataba de un error de transmisión y que realmente se quería decir las Filipinas o Singapur. Las hipótesis británicas estaban tan alejadas de la realidad como las norteamericanas: en Londres suponían que, de llegar el ataque, la primera embestida japonesa sería contra la península en Kra, que une Thailandia y Birmania, a 6.500 millas de Pearl Harbor (16).
Se ha dicho que ningún fenómeno internacional ha sido tan cuidadosamente examinado respecto al impacto del comportamiento organizativo como lo fue el ataque a Pearl Harbor (17). Las investigaciones fueron llevadas a cabo, algunas descuidadamente (18), porque, en plenas hostilidades no podía descubrirse la posesión de la clave japonesa, pero también es verdad que por meticulosamente que se lean, en ninguna se explica el estado de tranquilidad en que vivía la base norteamericana más importante del Pacífico cuando se esperaba el estallido de la guerra en cualquier momento (19).
La primera investigación comenzó en el mismo mes del ataque, pero la más sonada fue la realizada por una comisión colectiva del Congreso y de la que salieron 39 volúmenes en julio de 1946, y con resultados tales que un historiador, Jean Bernier, puntualizó que "Poncio Pilato y Perogrullo juntos no lo habrían hecho mejor. El secreto de Pearl Harbor pasaba de un oscuro grupito (turf) político al refrigerador de la Historia" (20).
Aparecieron también libros revisionistas. Uno de sus críticos admite que no es difícil estar de acuerdo con alguno de tales autores, pero precisa que se "debe ser muy cuidadoso en añadir que Pearl Harbor fue esencialmente un error militar; y que no ha habido una prueba clara todavía de que el trágico desastre (fuera) una cuestión de planificación militar" (21).
En efecto, si el presidente norteamericano hubiese sido capaz de tan horrible gambito, habría tenido que requerir la connivencia de los secretarios de Estado, de la Guerra, y de la Armada (los dos últimos republicanos), de los jefes de Estado Mayor del Ejército, de operaciones Navales, de Planes de Guerra de la Armada y del Servicio de Inteligencia de la Armada, así como de muchos subordinados suyos (22).
Una reconocida estudiosa del siniestro caso enumera una serie de causas por las que la información falló en su alerta, partiendo de la base de que es mucho más fácil después del acontecimiento separar las señales relevantes de las irrelevantes. Ocurrido el suceso, una señal queda clara como el cristal. No se previó lo de Pearl Harbor "no por falta de materiales relevantes, sino por una plétora de irrelevantes" (23).
Un autor sintetizaría estas causas en cuatro factores que explicarían la subestimación de la amenaza: 1) "Las estructuras y proclividades burocráticas causan descentralización, inercia y rivalidad". 2) La información es ambigua y contradictoria, sujeta a interpretación alternativa en parte porque el oponente practica el engaño (...). 3) Las personas de los servicios de inteligencia están muy poco inclinadas a hacer una firme predicción de un curso de acción que podría ser revertido (...) 4) Puesto que la percepción de la amenaza implica inferencias de información usualmente fragmentaria y ambigua, las expectaciones y creencias predeterminadas permiten a las personas sostener la interpretación que les conviene" (24), punto este último que sería el de mayor peso.
Ni el presidente de USA, ni nadie de su inmediato entorno, ni, como suele ocurrir, el cabo de guardia fueron fusilados. Todos fueron honrados, aunque pudiera parecer que no lo fueran. De los siete aviadores que despegaron para defenderse del ataque japonés, derribando 12 aviones, sobrevivió únicamente un tal teniente Welsh; su turno le llegaría dos años después, justo tres días antes de que el Congreso le concediera la Medalla de Honor por su acción en Pearl Harbor, medalla denegada previamente por haber despegado "sin permiso" en tan tremenda jornada (25). El reglamento es el reglamento.